Párate un momento a pensar: ¿Cuánto tiempo calculas que pasas al día en espacios interiores? ¿Y cuánto de ese corresponde a tu hogar o vivienda? Seguramente tus cálculos hayan dado como resultado más de la mitad del día, porque esto es lo habitual. Así lo refleja un estudio de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC), el cual señala que los españoles pasamos en casa una media de 15 horas diarias entre semana y de algo más de 16 durante los fines de semana.
Esto es mucho tiempo, ya que realmente supone cerca de dos terceras partes de nuestra vida. Así que resulta entendible que un organismo tan relevante como la Organización Mundial de Salud (OMS) preste atención a las condiciones de habitabilidad de las viviendas y que incluso establezca una serie de directrices para evitar que presenten unas malas condiciones que puedan comprometer la salud de sus dueños o inquilinos.
De esta forma, en CULMIA queremos detenernos en ellas para hablar largo y tendido.
La propia OMS lo deja claro al afirmar que la mejora de las condiciones de habitabilidad puede:
Esto es algo especialmente importante en un contexto demográfico, medioambiental y social como el actual. Por un lado, la previsión es que la población urbana mundial se duplique para 2050, lo que a su vez también supondrá que la población mayor de 60 años se doble en apenas tres décadas. Y por el otro lado, la amenaza del cambio climático plantea retos para lograr que las viviendas ofrezcan garantías de protección «contra el frío, el calor y otros fenómenos meteorológicos extremos», con el fin de «promover la resiliencia de las comunidades».
La OMS destaca una serie de factores ambientales que pueden comprometer la salud de las personas que habitan las viviendas. Y estos están estrechamente vinculados al entorno y a la propia calidad de las construcciones:
Las citadas directrices reúnen una serie de consejos prácticos para evitar la aparición de enfermedades que directamente están relacionadas con condiciones habitacionales deficientes o inseguras. Para su elaboración, la OMS se ha basado en «una amplia gama de revisiones sistemáticas de la bibliografía científica recientemente encargada o publicada», por lo que estas indicaciones aplican criterios rigurosos destinados a evaluar la calidad y la idoneidad de las pruebas disponibles, así como a formular una serie de recomendaciones que buscan reducir los ya comentados factores de riesgo e incidir en la importancia de las posibles actuaciones.
En consecuencia, lo que se pretende con las directrices es que resulten útiles para la elaboración de políticas y de leyes (a nivel nacional, regional y local) sobre los efectos de la vivienda en la salud. Por lo que sus principales destinatarios son los organismos normativos que se encargan de fijar las políticas y reglamentos sobre la vivienda, así como de su aplicación.
Pero no se deben quedar en este punto, porque las directrices de la OMS sobre vivienda y salud también han nacido con el firme deseo de ser de utilidad para que los diferentes sectores implicados en la construcción, desarrollo y mantenimiento de las viviendas colaboren y promuevan sus características saludables. De ahí que también acaben siendo importantes para las actividades de organismos gubernamentales, arquitectos, constructores, promotores inmobiliarios, ingenieros y demás actores intervinientes.
Además, por último, la OMS recuerda que tanto la aplicación como las prioridades de las directrices sobre vivienda y salud deben adaptarse a cada contexto local. Lo que invita a los organismos y autoridades a hacerlo en el ámbito que corresponda: nacional, regional o local. De ahí que también deban venir acompañadas de «una voluntad política y una coordinación entre los diferentes niveles administrativos», como los gobiernos, sus departamentos, los sectores de salud (privados, no gubernamentales y comunitarios) y las organizaciones internacionales de desarrollo y financiación.
Es aconsejable que se desarrollen y apliquen estrategias destinadas a la prevención y reducción del hacinamiento en los hogares.
Con el fin de proteger a los habitantes de las viviendas de los efectos nocivos del frío, es importante que las temperaturas interiores de estas sean lo suficientemente altas. Para ello, en el caso de los países con climas templados o más fríos, se considera que una temperatura interior de 18ºC no conlleva riesgos y permite proteger a las personas durante las estaciones más frías.
Además, en las zonas climáticas donde hay una estación fría, es recomendable la instalación de un aislamiento térmico eficaz y seguro en aquellas viviendas que sean nuevas, así como reequipar para ello a los inmuebles ya existentes.
Esta medida propone proteger a la población del exceso de calor cuando se encuentre en espacios interiores y habite zonas expuestas a altas temperaturas ambientales. El objetivo es elaborar y aplicar estrategias que ayuden a lograrlo.
Para evitar los accidentes o traumatismos involuntarios de los que hemos hablado antes, se deben tomar medidas específicas y las viviendas deben contar con dispositivos de seguridad. Ejemplos de estos son alarmas de humo y de monóxido de carbono, puertas en escaleras o protectores de ventanas.
Esta directriz principal de la OMS sobre vivienda y salud aconseja que una proporción adecuada del parque de viviendas sea accesible para las personas con deficiencias funcionales. Y para calcular esta cantidad, han de tenerse en cuenta aspectos como las tendencias del envejecimiento, la prevalencia nacional actual y la previsión de deficiencias funcionales.
Además de las recomendaciones que acabamos de exponer, la OMS también establece una serie de directrices para factores de riesgo clave de carácter específico. Estas se encaminan a garantizar la calidad del agua potable y del aire en interiores (evitando la proliferación de moho y humedades), a proteger a las personas de la exposición al humo de tabaco ajeno, a controlar los niveles de ruido y a la limitación/ eliminación en el uso de materiales tóxicos como el asbesto, el plomo y el radón.
E incluso también destaca que hay otros factores de riesgo en la vivienda (como la iluminación, la altura de los techos y edificios, la seguridad eléctrica, los alrededores de la vivienda y la escasez de combustible) que no se abordan directamente por las directrices, pero que pueden tener su impacto en la salud de las personas.
En definitiva, la aplicación de estas principales directrices puede tener beneficios indirectos para la salud, ya que ayuda a eliminar los riesgos que la comprometen y que están asociados a la vivienda. Sin olvidar otras ventajas de carácter social y medioambiental, como la reducción en el gasto energético y en las emisiones contaminantes, la mejora en los resultados educativos (gracias a la mejora en la confortabilidad para el estudiante) o incluso la estimulación del empleo y la inversión.
Por no mencionar el impacto que tienen estas recomendaciones en la creación de nuevas normativas “verdes” para las prácticas de la construcción. Principalmente, porque son una extraordinaria orientación para abordar aspectos como el diseño, la ubicación y el emplazamiento de la vivienda, así como para promover la conservación del agua y la eficiencia energética, además de para fomentar la utilización de materiales de construcción beneficiosos para el medioambiente y promocionar condiciones de vida saludable.
¿Qué te parecen estas principales directrices de la OMS sobre vivienda y salud? ¿Consideras que es importante tenerlas en cuenta en el ámbito inmobiliario? ¡No dudes en compartir este artículo en tus redes sociales y en comentar tu opinión!
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